La entrevista motivacional (EM) en el paciente aún no motivado, constituye una herramienta clave en el abordaje terapéutico de la deshabituación alcohólica. Este fue uno de los mensajes principales lanzados por los expertos en las jornadas “Abordaje integral del trastorno por consumo de alcohol” celebradas el pasado mayo en Segovia.
En el marco de la reunión, la Dra. Mercè Balcells, Responsable del Programa de patología dual y conductas adictivas en la Unidad de Adicciones del Hospital Clínic de Barcelona, analizó en un taller de trabajo las principales técnicas para realizar correctamente esta intervención psicoterapéutica.
A este propósito, la experta informó que la EM es una forma de atención directiva y centrada en la persona desarrollada por W.R. Miller y S. Rollnick en la década de los 80. Consiste en un método de asesoramiento para abordar el frecuente problema de la ambivalencia hacia el cambio, muy frecuente en las personas con trastornos adictivos.
“La ambivalencia está asociada al proceso del cambio y su presencia es muy positiva, pues constituye el punto de partida para el trabajo del terapeuta y la modificación de la conducta del paciente”
Dra. Balcells.
El denominado righting reflex es una tendencia común en los profesionales que trabajan en el ámbito de la salud. Consiste en el deseo de arreglar aquello que no funciona en las personas que atienden, para facilitarles rápidamente una mejora en su calidad de vida. Al paciente se le dice que hacer, cómo, cuando y por qué. Para el éxito de la EM debe evitarse este reflejo, pues el cambio se producirá a partir de la motivación intrínseca del paciente (automotivada) y no a través de la imposición por otros.
El espíritu de la EM, descrito por Miller y Rollnick, posibilita que el terapeuta favorezca una atmósfera que haga más probable la motivación intrínseca. Este espíritu comprende 4 o componentes básicos: colaboración (formar una alianza con el paciente), evocación (ayudar al paciente a movilizar sus recursos y generar sus propias soluciones), aceptación (reconocer el valor intrínseco que tiene la persona por sí misma) y compasión (interés en promover el bienestar del otro). “La EM no es imposición, indiferencia, educación, ni confrontación”, añadió la Dra. Balcells.
Teoría transteórica del cambio
La EM utiliza técnicas de la psicología cognitivo-conductual y de los postulados de la terapia centrada en la persona de la psicoterapia humanista de Carl Rogers (empatía, cordialidad no posesiva y sinceridad del terapeuta). Pero, sobre todo, la EM procede de la Teoría transteórica del cambio propuesta por Prochaska y DiClemente (1986).
La Teoría transteórica del cambio (“rueda del cambio”) propone que los cambios de conducta siguen una serie de fases o “etapas del cambio” en cierta manera estandarizadas: pre-contemplación, contemplación, preparación para la acción, acción, mantenimiento y recaída. En algunos casos, después del mantenimiento se produce la remisión estable. Tras la recaída, se vuelve a producir la sucesión de etapas (rueda del cambio). Por este motivo, recalcó la Dra. Balcells, que la recaída en la EM no ha de ser considerada como un fracaso absoluto sino simplemente como parte del proceso. De hecho, Prochaska y DiClemente constataron que, en deshabituación tabáquica, la media de vueltas en la rueda del cambio hasta llegar a la fase de remisión estable era de siete.
En la EM el objetivo del terapeuta es facilitar que el paciente avance por las fases de la rueda del cambio. Por ejemplo, si está en la fase de pre-contemplación, lo ayudará a que pase a la fase de contemplación. En la fase de pre-contemplación no hay ambivalencia y la ambivalencia es el punto de partida para el cambio de conducta del paciente.
La Dra. Balcells remarcó que uno de los factores que facilita el retroceso en la rueda del cambio es que el terapeuta intente acelerar el paso del paciente hacia la siguiente etapa. Otro factor que favorece el retroceso es la confrontación con el paciente.
Por último, la experta informó que las metas terapéuticas del paciente deben escucharse y aceptarse siempre, aunque no coincidan con los objetivos del terapeuta. Por ejemplo, si la persona manifiesta que quiere reducir su consumo de alcohol, o que quiere dejar únicamente la cocaína, pero no el alcohol, el terapeuta deberá aceptarlo y ayudarlo a conseguir ese objetivo. “Mediante el acompañamiento y la dirección mediante las técnicas motivacionales, y siguiendo siempre el ritmo del propio paciente, será posible en muchos casos que acabe automotivándose para alcanzar objetivos terapéuticos más ambiciosos”, finalizó.